
Había una vez una mujer a una cámara pegada.
No sabía mirar sin ella,
porque sin ella, no encontraba nada.
Mas un espejo la miraba
y su corazón al verlo de angustia temblaba.
Aquella mujer de pelo cano
y piel arrugada
no era ella, sino su gemela malvada.
Años y años estuvo mirando a través de un objetivo
y jamás se paró un minuto a encontrarse consigo.
Su vida, carrete tras carrete,
se había ido.
No había manera para aquella mujer
de volver al principio
y ser niña otra vez.
Abrió sus brazos en la noche.
Tiró la cámara al vacío.
Suspiró,
y como caballo que lleva el viento,
resurgió de sus cenizas el bello ser que llevaba dentro.
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Mancha de pintura