martes, 11 de octubre de 2011

Alcohol

Arcadas somnolientas me despiertan del sueño eterno de mi razón y mi esperanza. Me busco entre las sábanas blancas que he escondido en lo más hondo de un cajón oscuro para jamás encontrar la luz que mengua mi oscuridad interna. Una oscuridad que me hace caminar con paso dubitativo cuando salgo a la calle a encontrarme con la humanidad que mira mis ropas y mis ojos como si no fuese de este mundo, de este planeta.
Una extraterrestre perdida en un universo nada paralelo, un camino perdido entre tu puente y el mío. Un puente invisible como las teclas del piano olvidado que suena en el piso de arriba cuando intento dormir.
Duermo para soñarte, para soñar tu cuerpo enroscado al mío, a la luz de la tenue luna y al orgasmo silencioso de una noche apasionada.

Acaricio las nubes que velan de que el mar no se salga de su sitio y las moldeo con mi imaginación para formar tu cara, tu cuello, tu pelo y tus manos. Formo figuras oníricas que vienen de una utopía de color morado en la que la mujer es la reina de todo y el hombre queda en lo más bajo de la cadena. Ese mundo que sólo existe en mi cabeza, que día tras día piensa y piensa y no llega a ningún sitio.

Mas suspiro y no te encuentro. Mas respiro y ahí estás amor eterno, apunto de alcanzarte.
Y de repente despierto de una pesadilla provocada por el alcohol y las drogas y sigo sin tenerte, una lágrima o una gota de sudor recorre mi cara. Entierro mi cara en mis manos y entonces se cuela un rayo de sol que ilumina mi pecho, a la altura del corazón.

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