miércoles, 1 de junio de 2011

Cuentos de una Moleskine


Relojes de vida.
Erase que se era. En un lugar en el que la niebla cubría los valles, un pequeño corazón dejó de latir cerca del fuego, su reloj se había parado.
EN lo alto de una colina, vivía el señor más viejo del pueblo, todos los días le daba cuerda a su reloj y todos los días fabricaba nuevos relojes para los recién nacidos.

Los relojes eran de madera. Su interior era de oro, sus mecanismos estaban cubiertos de rubíes y sólo funcionaban con la sangre del recién nacido. Eran relojes de vida, no contaban las horas hacia delante, contaba las horas y el calendario hacia atrás. Nadie sabía por qué, nadie sabía de dónde venía el viejo y nadie tenía recuerdo de cuando no estaba. Nadie sabía cuándo llegó, nadie entendía por qué llegó.

La luz del sol alumbraba el pueblo de casas bajas, calles estrechas y cuestas empinadas. El pequeño Joel murió en el bosque, con su reloj colgado al cuelo.
El viejo observaba la vida tranquila y sosegada del pueblo mientras daba cuerda a su reloj.

Ninguno de los habitantes podía destruir el reloj, pues si lo hacían se destruía a sí mismo; el único capaz de atrasar el momento de su muerte era el encorvado viejo..
Pero lo que la gente no sabía era que, cada día que el viejo daba cuerda a su reloj, segaba una vida. Cuando su reloj se atrasaba, el pueblo sufría una muerte y así creaba otro reloj de vida, pues sabía que, pronto nacería otra nueva vida para poder aumentar la suya propia y con ella, su soledad en el castillo de la colina del pueblo al que cubre la niebla cada mañana y que persigue la muerte cuando cierra los ojos al mundo...

FIN.



Foto: Astronomical Clock of Prague by: wooder



2 comentarios:

  1. Correr contracorriente, pero el tiempo siempre es más rápido.

    Un beso

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  2. Siempre nos cogerá desprevenidos.

    Gracias por pasar =)

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Mancha de pintura